El domingo cacé con la sola
compañía de mis perras y volví a disfrutar de lo lindo. En esta ocasión, más
que la crónica de los lances, me gustaría compartir con vosotros un par de
reflexiones sobre dos tipos errores que suelen ser frecuentes en la caza: los
errores de los conejos y los errores del hombre.
En ocasiones, los conejos
muestran comportamientos de una astucia increíble, normalmente se trata de
conejos viejos y perreados que han sobrevivido a mil batallas y que saben
jugársela a perros y a cazadores añosos con mucho callo en esto de la caza; sin
embargo, en otros momentos, los conejos, supongo que más por falta de experiencia
vital que un fallo en su atávico instinto de supervivencia, cometen errores de
bulto que les suelen costar la vida.
Es el caso de este vídeo y aunque
no lo recoge la grabación, las perras habían hostigado durante varios minutos
al conejo en su madriguera. Convencido de que aquel conejo estaba ya a salvo me
alejé del lugar y comencé a llamar a las perras. Jara vino en seguida pero Pepa
se retrasó un poco. Justo cuando Pepa comenzó a venir hacia mí, el conejo
incomprensiblemente abandonó su búnker y comenzó a correr. Pepa fue tras él y
el conejo, no sé por qué razón, atravesó un claro frente a mí. Veréis que el
primer tiro se queda corto, le alcanzo con el segundo y he de usar el tercero
para que no escape.
El segundo ejemplo de error, más
obvio todavía, es el de este conejo. Jara se calienta en las piedras pero no
termina de localizarle. Inexplicablemente abandona su escondite inexpugnable
para cruzar un labrado frente a mí.
El tercer error del que quería
hablaros es un error humano que lamentablemente es frecuente y que puede tener
consecuencias gravísimas. Creo honestamente que lo más difícil de la caza es
aprender en qué momentos no hay que apretar el gatillo. Esta dificultad es
máxima en la caza del conejo donde los lances suceden en décimas de segundo y
donde los perros, normalmente, andan cerca de la zona de tiro. Si además,
hablamos de podencos, la dificultad crece exponencialmente pues su rapidez es
extrema en la distancia corta.
En el vídeo, mi Pepa tenía
acorralado un conejo en unas atochas o esparteras. El lance, que es en cuesta,
me pilla debajo de ella (de poder, siempre me coloco por encima, de manera que
mi posición más elevada me dé más ángulo de tiro). Aquí no hubo modo. El conejo
rompe y la perra va detrás en línea recta. El tiro, de no ir la perra, era relativamente
fácil, pero al estar en línea y cuesta arriba, de quedarse corto probablemente
hubiera ido a la cabeza de la perra. También hubiera ocurrido un accidente si durante
la carrera la perra hubiera dado un salto para ver al conejo, algo muy
frecuente en los podencos. Opté, con buen criterio, por no disparar.
Desde esta humilde tribuna pido
un poco de prudencia a la hora de disparar. Aunque nadie está libre de tener un
accidente, he visto a muchos cazadores, muy especialmente aquellos que no
tienen perros, apurar tiros hasta la insensatez. También he visto a cazadores –
por llamarles de alguna manera- que se jactan de matar los conejos en el morro
del perro, algo que me parece profundamente estúpido y que deja bien a las
claras la catadura del fulano que aprieta el gatillo.
Por eso, cuando voy a conejos con
mis perros me gusta ir solo o en compañía de alguien que sepa de qué va este
juego y comparta estas elementales normas de prudencia.
Mis perros, además de compañeros de
caza, son parte de mi familia y tengo la mala e inevitable costumbre de
quererles en exceso.
Os dejo una foto de la percha del
domingo, como podéis ver, lo pasé en grande.
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