sábado, 10 de enero de 2015

Cazadores basura



En la fantástica novela “La vida exagerada de Martín Romaña”, de Alfredo Bryce Echenique, el protagonista es un tipo al que le puede la necesidad de pasar desapercibido; de hacer del segundo plano, su único plano; y al que todo se le va en un empeño de discreción. Quizá su modestia raya en la paranoia, en la obsesión patológica, pero aquí me vale de ejemplo para hablar de la virtud que es intentar pasar desapercibido a la hora de cazar.
 
Es la sensatez el pan con el que desayunan los justos y debiera servir de guía en nuestra forma de hacer y, sobre todo, de no hacer en el campo, para que, como a Martín Romaña, cuando vamos a cerros y a llanos nos entre la urgencia de que no se note nuestra presencia y nos afanemos en que nada revele – ni siquiera a los pájaros- que una vez allí le buscamos la vuelta a las perdices o a los jabalíes.

Que levante el dedo quien no conozca a algún cazador de los que siembra viñas y labrados con las cajas vacías de los cartuchos, con el papel plata que protegía el almuerzo, con el dorado cortante de las latas de sardinas, con las inútiles mondas amarillas de una manzana… Para qué seguir con el breviario de un estercolero. Hay vegas y montes por los que pasear se convierte en una visita guiada a los escombros de nuestra civilización. Subir cerros, andar riberas, pisar charcos, debiera ser siempre algo limpio; sin embargo, hay ocasiones, en que los cazadores basura se encargan, con sus estiércoles, de que esa eterna adolescencia que debiera tener siempre el campo, tenga aroma de prostíbulo.

Hace pocos años, la Administración nos ha impuesto la obligación de recoger las vainas vacías de los cartuchos. Bueno, pues todavía hay quien no ve que detrás de esta norma coercitiva existe también una metáfora, y que la regla igual se refiere a todo lo que abandonamos en el campo y que a éste le sobra. Qué costará, me pregunto, echar al morral la botella vacía de plástico, el papel del bocata o la colilla del cigarro.

Punto y aparte para los que usamos semiautomáticas. Confieso que me he dejado atrás más de una vaina, es muy complicado encontrar todas. Para compensar esta falta lo que sí hago es recoger aquellos otros cartuchos vacíos que me encuentro tirados en el monte. Algo es algo.

Se trata en definitiva de una cuestión de actitud. Es tan poco el esfuerzo y tan grata la recompensa, que uno no entiende cómo hay gente con tan poco apego a ese trago limpio que es la Naturaleza. Cuidar su agua clara, paladear su puro sabor a nada, debiera ser sólo una cuestión de educación, pero en esta sociedad llena de precios sólo cuidamos lo que nos cuesta dinero. Así nos va.

Mucho me temo que ese pasar desapercibido por los rastrojos es un Norte todavía lejano para muchos, aunque es muy cierto que algo vamos mejorando la nota. Si queremos sacar pecho ante la sociedad arrogándonos la condición de conservacionistas, de valedores del pulso vivo de los montes; si buscamos salir del armario y recibir a puerta gayola al toro social, más nos vale que comencemos mirando nuestras manos, no vayamos a tenderlas a la sociedad con las uñas llenas de mugre.

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