Publicado en la Revista de la Sociedad de Caza y Pesca "Segontia" (2011)
El lance es lo que cualquier cazador invoca cuando tira de recuerdos o de la imaginación para esto de la caza. Alimenta los álbumes cinegéticos que guardamos en los anaqueles de la memoria y sirve para imaginar posibilidades futuras; sin embargo, aunque pasado y futuro son tiempos válidos para el lance, la esencia de éste hay que buscarla en el presente, en el momento en el que sucede. Descifrar su contenido esencial, su médula, su misterio, no resulta, sin embargo, empresa fácil.
El lance es lo que cualquier cazador invoca cuando tira de recuerdos o de la imaginación para esto de la caza. Alimenta los álbumes cinegéticos que guardamos en los anaqueles de la memoria y sirve para imaginar posibilidades futuras; sin embargo, aunque pasado y futuro son tiempos válidos para el lance, la esencia de éste hay que buscarla en el presente, en el momento en el que sucede. Descifrar su contenido esencial, su médula, su misterio, no resulta, sin embargo, empresa fácil.
El diccionario de la Real
Academia ayuda en la tarea, pero sólo a medias, pues únicamente dos de sus
acepciones tienen cabida en el lance cinegético, a saber: “Trance u ocasión
crítica” y también: “Manejar un negocio que pide destreza o sagacidad”. Cierto
es que ambas definiciones están en el lance cinegético, pero éste – los
cazadores lo sabemos bien- tiene un contenido más amplio y profundo.
El lance cinegético es la acción
de caza en su momento más vívido; tiene lugar cuando la muerte ronda para
quedarse o para irse, que eso no se sabe de antemano, y en esa incertidumbre de
resultado es donde debemos hacer el escarbadero para encontrarle la sustancia.
El lance, por mucho que al contarlo suene repetido, es siempre distinto y único
para cada cazador. Esa singularidad que le da su carácter irrepetible potencia
su valor. Sucede para no repetirse jamás, se va como el agua de las manos. El
cazador es consciente del bocado único y exquisito que representa, por eso,
durante el mismo, el cazador se vuelca en el momento, se olvida de todo lo
demás, recupera su mejor esencia predatoria, aquella que dejó pintada en las
paredes de Altamira.
En el lance de caza el resultado
no puede estar garantizado. Si en la caza dos y dos sumaran siempre cuatro, la
mayoría de los cazadores colgaríamos la escopeta porque cazar se convertiría en
algo mecánico, predecible y, finalmente, en algo muy aburrido. En el lance
existe una deliciosa acumulación de incertidumbres posibles: que el conejo no esté
embocado; que salga tapado; que salga demasiado cerca del perro o en línea con
el compañero; que acertemos el disparo; que la escopeta no falle; y un largo
etcétera… El sumatorio de incertidumbres en torno a una muerte posible es el
latido primordial del lance.
Existe un factor que potencia el
valor de un lance: la frecuencia con la que éste se produzca. La abundancia no
es buena consejera a la hora de valorar las cosas. Sucede en todos los órdenes
de la vida y la caza no es una excepción. El exceso de oportunidades en una
jornada de caza quita sabor y valor a cada una de ellas, abarata el lance al
hacerlo - a pesar de su singularidad esencial - más previsible. Mi buen amigo,
Antonio Fova, lo tiene claro: su temporada ideal de caza sería aquella en que
tuviera ocasión de disparar 7 cartuchos por jornada, ni uno más.
Sin embargo, para dimensionar el
significado real que para un cazador tiene el lance, no basta con comprender
“desde fuera” estas ideas, no es suficiente con que la razón comprenda el
significado de las palabras que lo explican, pues en su contenido esencial hay
un extraordinario aporte subjetivo del cazador. Sentimientos de distinta
naturaleza se agolpan simultáneamente cuando el lance ocurre: orgullo,
ansiedad, compañerismo, complicidad, reconocimiento…. Una amalgama dulcemente
inexplicable y difícilmente trasladable a quienes no sienten esta pulsión
primaria que es la caza, a quienes no han mamado su primer calostro.
Por esta razón, gran parte de la
sociedad no puede comprender –suponiendo que haga el esfuerzo de intentarlo- qué
nos lleva a madrugar y a dejarnos, domingo a domingo, las canillas en las
aulagares. Lo siento por ellos, no saben lo que se pierden.
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