El pasado domingo soltamos unas
perdices en la zona del coto que tenemos habilitada para estos menesteres. Al menos a mí, en estos días, me pasa que voy
sin ninguna tensión, pues no lo considero un día de caza propiamente dicho,
sino una ocasión magnífica para pegar más tiros de lo habitual, para ver alguna buena faena de los perros y
para echarnos unas risas con los fallos estrepitosos que solemos tener cuando
nos precipitarnos en los tiros ante una perdiz franca que sale en medio de
varias escopetas.
Son días que sirven para hacer cuadrilla y conocer mejor a la gente. Que los socios de un coto se lleven bien entre ellos es algo esencial para que un coto funcione, que a nadie le quepa duda.
Son días que sirven para hacer cuadrilla y conocer mejor a la gente. Que los socios de un coto se lleven bien entre ellos es algo esencial para que un coto funcione, que a nadie le quepa duda.
Desde esta perspectiva, estas
jornadas valen siempre que no se abuse de ellas. Creo que si la dinámica
habitual de mis domingos de caza fuera ésta, tardaría bien poco en colgar la
escopeta, pues esto de las sueltas es descafeinar la caza, desnaturalizarla,
convertirla en algo distinto a lo que su naturaleza dicta.
El domingo me llevé sólo a mi
chucha Jara, y Pepa, mi podenca, se quedó en casa, pues tiene la costumbre de
aprovechar estos días de mucha gente, muchos tiros y muchos perros para sacar
su lado más anárquico y hacer del barullo una excusa para ir un poco por libre.
También quería ver hasta dónde llega mi chuchilla a la hora de cobrar, pues
normalmente siempre es Pepa la primera que llega a la caza herida. Como ahora
se verá, no me defraudó en absoluto.
Aunque sean de granja, estas
perdices vuelan bien y a la mayoría de ellas se las tira cuando van ya voladas.
En pleno vuelo, nada las distingue de las rojas de verdad. Por eso creo que me
equivoqué al utilizar cartuchos de séptima y poner un choque de cuatro
estrellas en mi semiautomática del 20. Varias perdices cayeron heridas y sólo gracias
a la buena labor de Jara acabaron en el morral. En el vídeo podréis ver dos
cobros, el primero apenas se ve el trabajo de la perra en una junquera (a más
de cien metros de donde cayó la perdiz) porque llevaba la cámara mal colocada;
el segundo cobro no está a la altura de cualquier perro, pues la perdiz cayó en
medio de un gran zarzal con sólo un plomo en el ala y la perra dio con ella a
pesar de que yo sólo tenía una idea aproximada de dónde había caído, la perra
no había visto al pájaro caer y éste debió apeonar de lo lindo por las bajuras
de la zarza. Chapeau para esta chuchilla que encontré, hace ya cuatro
años, bajo un cubo de basura en un
pueblo de Almería.
Fuera de los cobros y de algún
tiro de mérito, también me quedo con el buen vino y el mejor jamón que Jesús y
Luis, los organizadores de la suelta (y de muchas más cosas), tenían preparado
para terminar la jornada. Los dos son un
ejemplo de cómo hacer las cosas bien. Desde aquí os doy las gracias.
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