Domingo 30 de noviembre de 2014.
Uno de los errores que el hombre suele
cometer cuando las cosas marchan bien es dar por hecho que esa situación es la
normal y que ha de prolongarse en el tiempo, como si les fuera algo debido. Después, cuando la realidad nos abre los ojos
y las vacas enflacan, vienen las desilusiones. Por eso, es esencial poner en valor
los momentos que la vida nos va regalando, que al final siempre termina viniendo el tío Paco con las rebajas.
Hago esta entrada porque soy
consciente de que este año, en la caza, estoy disfrutando como casi nunca, pues
los astros han querido alinearse para darme un premio cinegético por unos
méritos que ahora mismo no tengo claro cuáles son. Y
aunque el comienzo fue malo, pues las codornices fallaron estrepitosamente,
la temporada general está siendo espléndida conmigo. Si a la generosidad del
campo, le sumamos que mis dos perras están en su mejor momento y que yo estoy
cazando con serenidad y sin tensión alguna, el resultado está servido. El domingo pasado fue buena prueba de ello.
Al poco de comenzar, un pequeño
bando de perdices se levantó de la punta de un teso buscando el abrigo del
monte que quedaba en la dirección de la mano. Comenzar así es comenzar con
ilusión, pues uno sabe que a poco que se hagan las cosas bien, la oportunidad ha
de venir. Así fue y al poco rato mis perras comenzaron a tocar el rastro de las
perdices, que debieron subir del borde de la ladera a la zona llana central de
donde mi amigo Jose las hizo volar. Una de ellas me entró cruzada y a buena
velocidad, pero pude hacerme con ella.
Después, las perdices se
esfumaron y no volvieron a aparecer hasta última hora de la mañana, ya de
vuelta al coche. Hasta ese momento, mis perras habían levantado varios conejos
pero sin opción de tiro por lo endiabladamente espeso que es ese cuartel en
determinadas zonas; después, cómo no, cogieron desprevenido a un conejo que
sesteaba bajo unas retamas, en una zona donde yo no lo esperaba.
Ya de vuelta, volamos otro
pequeño bando. Vi que otros cazadores venían a lo lejos en sentido contrario y
supuse que alguna de las del pico rojo se habría quedado amagada entre aquellas
improvisadas manos encontradas. Como mi compañero no había matado su perdiz del
cupo y éste – lo tenemos hablado- es de ambos, me preparé para el posible
lance. Con toda la intención, y viendo
que los otros cazadores venían derechos hacia nosotros, retardé mi paso antes
de coronar una pequeña loma, por ver si me las ojeaban. Así fue y una perdiz me
entró de pico y un poco atravesada. El primer tiro lo dejé corto, pero al
doblar sí debí cogerle bien los puntos pues la perdiz cayó, aunque no muerta
del todo. Mis perras, que no habían visto el tiro, corrieron en dirección a mi
carrera y rápido dieron con el animal.
A pocos metros del coche, las
perras se afanaron entre unas ramas secas, cuando me arrimé, el conejo
astutamente intentaba hacer un arco para rodearnos y buscar el abrigo de la
madriguera. Lo vi a tiempo.
Que el domingo fue un gran día,
también lo prueba el golpe de suerte que tuve al encontrarme los dos cuernos de
un pequeño corzo, uno junto a otro, fruto de un antiguo desmogue, un azar que tomé como una señal de buen
agüero.
Os dejo el vídeo del domingo con los lances que os he contado y que pude, afortunadamente, pude grabar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario