El
domingo estrené cuartel en el coto que tengo cerca de casa, se trataba
de un laderón de chaparras, jaras y aulagas, roto por alguna barranquera
con arroyos de zarzón y juncos, un cazadero muy bonito aunque quizá
demasiado espeso en sus bajuras por la ausencia de ganado por la zona.
Cazaba con mi amigo José y con sus maravillosos podencos andaluces: Mía,
Tuya, Fauna y un macho muy joven pero con un potencial increíble: Kaín,
del que se oirá hablar más de una vez en este diario.
Nada más comenzar, en unos espinos rodeados de juncos, mi chucha Jara detectó un conejo, comenzó a hostigarlo hasta que lo vi tratándose de escurrir por la parte alta del manchón. Por estar preparado, pude encajarle el tiro justo en el momento en el que coronaba el viso.
Nada más comenzar, en unos espinos rodeados de juncos, mi chucha Jara detectó un conejo, comenzó a hostigarlo hasta que lo vi tratándose de escurrir por la parte alta del manchón. Por estar preparado, pude encajarle el tiro justo en el momento en el que coronaba el viso.
Pocos
después iniciamos una mano tranquila, dejando hacer al Séptimo de
Podenquería que llevábamos, sacaron varios conejos que no pudimos tirar y
también un pequeño bando de perdices que fueron a posarse unos cientos
de metros más adelante, en la misma ladera. Allí pude hacerme con una
del pico rojo que se arrancó hacia atrás desde la espesura de encinas y
jaras.
Seguimos
la mano y en el zarzón de una de las barranqueras, los perros de José
marcaron un conejo. Con suerte lo vi escurrirse por la parte baja y pude
encajarle un tiro cuando se adentraba en la espesura. No iba mal la
mañana.
Con
el cupo ya hecho, seguí cazando con la esperanza de que José completara
el suyo. Un nuevo bando de perdices le dio la oportunidad y descolgó
una que le entró volada y le pico, un tiro nada fácil cuando el que
dispara está dentro del monte y tiene que reaccionar en décimas de
segundo.
Tengo
que destacar la extraordinaria capacidad de la podenca “Tuya” para
cobrar la caza. Cuando digo “cobrar” no me refiero a portar la caza y
entregar, sino a la parte difícil, a plantarse con una rapidez increíble
en el pelotazo, aun cuando la perra no haya visto el lance, y a
localizar la pieza para llevársela dulcemente a su amo. Casi siempre es
ella la primera en llegar, eso no es casualidad.
Ya de vuelta al coche, las perras pasaron de largo por una junquera pero mi chucha Jara, cuya nariz cada día me sorprende más, detectó el olor a miedo lagomorfo escondido entre los juncos: tocó a rebato con un ladrido y los demás acudieron en su ayuda. Con tanto perro, el conejo fue a parar a las fauces de Mía y Fauna.
Ya de vuelta al coche, las perras pasaron de largo por una junquera pero mi chucha Jara, cuya nariz cada día me sorprende más, detectó el olor a miedo lagomorfo escondido entre los juncos: tocó a rebato con un ladrido y los demás acudieron en su ayuda. Con tanto perro, el conejo fue a parar a las fauces de Mía y Fauna.
A
pesar de que nos faltaba un conejo para completar el cupo, decidimos
poner fin a una mañana que hubiera sido perfecta de no haber sentido de
nuevo este dolor en los pies que me castiga en cada piedra que piso como
una penitencia impuesta tras un pecado de los gordos.
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