Veré de llevar este diario de la
temporada de caza 2014/2015 al alimón con el blog, para entreverar crónicas y
reflexiones sobre la caza, con la idea de no aburrir al lector demasiado, pues
tanto cansa la mucha teoría sin un poco de acción, como la pura crónica si no
se le encuentra moraleja alguna.
Intentaré aderezar los relatos con alguna foto
y algún vídeo, todo muy casero y sin más aderezo que el que poco a poco pueda ir
descubriendo por mí mismo en el proceloso mundo de la edición de fotos y
vídeos. Así que, paso corto y mirada larga.
Antes de comenzar la crónica del
mejor día de esta nefasta Media Veda de 2014 (en lo que a codornices se
refiere) quería presentaros a mi equipo canino, pues él será más protagonista
que yo en ésta y en las jornadas venideras que os iré contando en mi diario
Hace ya varios años, y de la mano
de mi amigo Manuel Pedrosa, pisé el charco podenquero y tengo para mí que va a
ser difícil que ahora saque los pies de él, pues cada día soy más feliz
chapoteando en su barro y zangoloteando en sus turbias aguas. Y es que estos
perros de orejas tiesas tienen una magia que no he visto en otras razas (y he
cazado con unas cuantas) y de su caja de Pandora son capaces de sacar las más
inverosímiles maravillas. No digo que sean los mejores – aunque en el fondo lo
piense- pero sí que son los que a mí más me gustan para cazar de todo un poco.
Hará cosa de cuatro años, como
digo, Manuel me regaló a Pepa, una podenca de talla media, con el pelo un poco
más áspero y largo de la cuenta, con una
nariz privilegiada y una cabeza equilibrada y bien puesta bajo sus orejas en
punta. Pepa, como podréis ver a lo largo de este diario tiene el duende andaluz
que guardan los mejores podencos y que le sirve para sacar conejos, codornices
o perdices de una chistera que otros perros darían por vacía.
A Jara, mi chucha, que es un
cruce con bastante de podenco, la encontramos en un pueblo de Almería,
abandonada bajo un cubo de basura cuando apenas contaba con mes y medio de
vida. Su mirada de carbón, su viveza, y la suerte de buscar a tiempo el amparo
de mi hija Ana, le hicieron un hueco en mi casa. Ahora Jara tiene tres años largos y es una
perra voluntariosa, de cazar cercano, inteligente, con una buena nariz y un
cobro extraordinario, siempre, claro está, que sea ella quien primero llegue a
la caza, cosa que no suele ocurrir, y
que hace que, con el cobro, tenga un pequeño problema que luego os contaré.
Con este equipo, cazo de todo, que todavía estoy por descubrir la modalidad de caza menor que no me guste. Para sorpresa de los podenco-escépticos, los podencos también valen para cazar codornices y no sólo en carrizales y herbazales espesos, sino también, como podréis ver, en pastos y rastrojos como estos del Norte de Guadalajara, que son terrenos facilones, muy propios para disfrutar de la muestra en los perros que la tengan…. Los míos de eso no saben, pero a mí particularmente no me importa en absoluto.
El 23 de agosto de este año de
2014, a las claras del día, ya estaba en una vega, antaño muy codornicera, con rastrojos
y girasoles casi a partes iguales, con regueros profundos y espesos y con pastos
en las partes más altas, un escenario muy querencioso para las africanas. Al lado de donde aparqué el coche, había un
trigo ralo y pobre que no habían cosechado y que andaba mezclado con hierbas
altas y espesas. Obviamente comencé por allí. Pronto vi, por los movimientos
nerviosos de los perros, que aquel trigal a medias tendría que darme algún
fruto. Las perras salieron con la aceleración propia de un animal enjaulado y
eso les hizo adelantarse de más y cometer el error más repetido por los perros cuando
están demasiado fuertes y frescos: adelantarse. La primera codorniz la sacó
Jara del trigo y voló hasta perderse en los medios de un gran campo de
girasoles; la segunda, también la sacó, esta vez Pepa, fuera de tiro pero fue a
posar su vuelo muy cerca de donde había dejado el coche. Fuimos hacia allí y
pronto vi cómo las perras marcaban clarísimamente el rastro y hacían botar la
codorniz.
El vídeo no se ve bien al principio por ir a
contraluz (y por no estar editado) pero después veréis cómo las perras marcan
perfectamente la salida del pájaro.
En el vídeo podéis comprobar que
cuando es Jara la primera que llega a la
caza, el cobro es correcto; más tarde quedará claro que no es así en el caso
contrario, y Jara no deja a Pepa, por un liderazgo entre ellas mal resuelto,
que porte la caza hasta mí. Tan es así, que Pepa no intenta ni acercarse
sabedora de lo imposible de su tarea.
La segunda codorniz tardó en
salir, en el herbazal había muchos rastros nocturnos y demasiado recientes como
para no despistar a las perras. En el vídeo, os daréis cuenta de como Pepa,
cuando comienza a tocar el rastro, hace un “contra-rastro”, es decir, sigue el
hilo invisible del olor en sentido contrario: hacia el lugar de origen y no al
de destino. Pronto comprende que por ahí no debe seguir buscando y vuelve al
principio para coger la dirección correcta del peón de la codorniz. Jara – y en
algún momento, también Pepa- se despista en el rastrojo colindante pues ahí
también hay rastros del deambular nocturno de las codornices. Intuyo, y no me equivoco, que la codorniz se
esconde en lo más espeso del pequeño acirate cuya línea sigo.
En el vídeo se ve claro el
problema que tengo en el cobro cuando es Pepa la primera que llega a la caza
(lo que ocurre la mayoría de las veces). Ahí, Jara, como el perro del
hortelano, ni cobra ni deja cobrar y Pepa, que cuando va sola sin Jara cobra la
pluma perfectamente, aquí remolonea y no porta por temor a que Jara le quite su
trofeo. Al final tengo que ser yo quien vaya a por la pieza y no al revés. Esto
es un fallo que no sé bien cómo solucionar a estas alturas del curso.
Agotado ese herbazal, decidí dar
unos pastos que lindaban con un rastrojo alto, donde el aire corre más y es más
fresco y que otros años me había dado sus frutos. No me equivoqué y pronto las
perras tocaron un rastro. Como podéis ver en el vídeo, que está en cámara lenta, la codorniz sale
detrás de un espino y apenas puedo mal encajarle un tiro que no fue certero.
Un poco más adelante, las perras
volvieron a cruzarse con el rastro que deja el peón de una codorniz. Los
podencos, salvo excepciones, no muestran la caza pero igual transmiten la
tensión del lance inminente. Siento los giros bruscos de la imagen, pero al
tener dos perras y la cámara en la cabeza,
tengo que hacerlos porque no sé cuál de las dos lleva el hilo bueno. En
este caso, y como le suelo tener más fe a Pepa, la seguí con la cámara y,
efectivamente, sacó la codorniz de su escondrijo. De nuevo podéis ver el mismo problema del
cobro que antes os comentaba.
Después de este lance ya no pude
grabar más con la cámara y seguí cazando sin ella. Las perras sacaron cuatro
codornices más que fueron abatidas y también adornó el colgador una tórtola que
Pepa cobró muy bien dentro de unos girasoles.
Cazar codornices salvajes como
éstas es, para mí, “delicatesen” cinegético de primer orden, pues en esta
modalidad, que siempre practico en soledad, el protagonismo es casi en
exclusiva del perro y la comunión de éste con el cazador, absoluta. La codorniz
es escuela cinegética para perros y cazadores, pues a los primeros les enseña a
desenredar la madeja de los rastros, a
templar ímpetus y practicar la obediencia debida; y a los segundos, a conocer a
su perro y a descifrar el código atávico del lenguaje corporal que el animal emplea,
nariz en ristre, para revelarnos el mapa de este tesoro que verano a verano –
aunque cada vez en menor medida- nos llega desde África.
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