Una empresa de juegos
norteamericana ha sacado al mercado un sofisticado juego de caza, el 'Hunting
Unlimited 3' en el que el jugador no se
limita a probar su puntería con el ratón sobre piezas que sucesivamente van
apareciendo en la pantalla, sino que, por el contrario, la acción del que juega
comienza mucho antes del disparo, eligiendo el país, la pieza que se desea
abatir o el arma a emplear – con la posibilidad de entrenar previamente sobre
una diana fija-. En este juego, el cazador-jugador, deberá aprender a caminar
por el campo sin hacer ruido, a buscarles las querencias al elefante o al
ciervo de cola blanca; a llevar el viento a la cara para que su tufo humano no
le llegue al zambiano Kudús; podrá seguir la trayectoria de la bala para saber
si el tiro realizado fue o no mortal y, por supuesto, posar finalmente junto a
la pieza abatida.
Desde que a Aldus Huxley
escribiera “Un mundo feliz” o George Orwell, “1.984”, me entra como un
escalofrío cada vez que imagino el potencial inmenso de la tecnología como
aséptico placebo de las vivencias más íntimas. Imagino que dentro de no mucho
tiempo, el “Capreolus capreolus 5.0” será inventado por algún informático amante del
rececho del corzo, que arrendará un coto para instalar en sus praderas más
querenciosas, varios rifles que se
disparen gracias al ratón del ordenador y a través de la webcam
instalada en su visor. Anteriormente, micrófonos ambientales habrán acelerado
el corazón del jugador virtual con el chasquido de una rama, el ladrido de la
pieza, o el canto desigual de los mirlos. El jugador-cazador, previo cargo en
su tarjeta de crédito de la cantidad correspondiente, deberá madrugar para
conectarse on-line y estar en el monte lejano al imponerse el primer
claror del alba. Atento a sus altavoces, irá asomándose a los distintos visores
móviles hasta avistar la pieza y meter su paletilla en la cruceta temblorosa de
la pantalla. Un solo clic para escuchar el disparo y comprobar si éste fue
certero. Si la pieza huye herida – y por una módica cantidad adicional- podrá
seguir el trabajo de los perros de rastro con otra cámara instalada en su
collar. Si el trofeo le convence, hará – con un nuevo cargo en cuenta- que se
lo envíen a casa ya sobre la tabla y con la homologación correspondiente.
El Capreolus capreolus 5.0
puede sonar tan a disparate como en su día los submarinos de Julio Verne, pero
ahí está el Tireless, por ejemplo, para dejarnos sitio a la duda. Creo
que aún queda mucho tiempo para que el ordenador pueda simular el efecto del
viento en la cara, el olor a raíz viva del amanecer, el jadeo tras el repecho,
o el peso de la pieza sobre los hombros. En estos días que nos atenazan
globalmente hay una tendencia irrevocable a convertir el ordenador en un
mensajero que hace los recados a la velocidad de la luz. De momento, me niego a
creer que un atalaje software consiga que nos quedemos en casa antes que
marchar al campo a dejarnos las pantorrillas en los latigazos ardientes de las
zarzas. Aún así, no puedo evitar que estos accesos proféticos me dejen un poco
triste.
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