martes, 31 de marzo de 2015

Capreolus Capreolus v.1.5



Una empresa de juegos norteamericana ha sacado al mercado un sofisticado juego de caza, el 'Hunting Unlimited 3'  en el que el jugador no se limita a probar su puntería con el ratón sobre piezas que sucesivamente van apareciendo en la pantalla, sino que, por el contrario, la acción del que juega comienza mucho antes del disparo, eligiendo el país, la pieza que se desea abatir o el arma a emplear – con la posibilidad de entrenar previamente sobre una diana fija-. En este juego, el cazador-jugador, deberá aprender a caminar por el campo sin hacer ruido, a buscarles las querencias al elefante o al ciervo de cola blanca; a llevar el viento a la cara para que su tufo humano no le llegue al zambiano Kudús; podrá seguir la trayectoria de la bala para saber si el tiro realizado fue o no mortal y, por supuesto, posar finalmente junto a la pieza abatida.


 Desde que a Aldus Huxley escribiera “Un mundo feliz” o George Orwell, “1.984”, me entra como un escalofrío cada vez que imagino el potencial inmenso de la tecnología como aséptico placebo de las vivencias más íntimas. Imagino que dentro de no mucho tiempo, el “Capreolus capreolus 5.0” será inventado por algún informático amante del rececho del corzo, que arrendará un coto para instalar en sus praderas más querenciosas,  varios rifles que se disparen gracias al ratón del ordenador y a través de la webcam instalada en su visor. Anteriormente, micrófonos ambientales habrán acelerado el corazón del jugador virtual con el chasquido de una rama, el ladrido de la pieza, o el canto desigual de los mirlos. El jugador-cazador, previo cargo en su tarjeta de crédito de la cantidad correspondiente, deberá madrugar para conectarse on-line y estar en el monte lejano al imponerse el primer claror del alba. Atento a sus altavoces, irá asomándose a los distintos visores móviles hasta avistar la pieza y meter su paletilla en la cruceta temblorosa de la pantalla. Un solo clic para escuchar el disparo y comprobar si éste fue certero. Si la pieza huye herida – y por una módica cantidad adicional- podrá seguir el trabajo de los perros de rastro con otra cámara instalada en su collar. Si el trofeo le convence, hará – con un nuevo cargo en cuenta- que se lo envíen a casa ya sobre la tabla y con la homologación correspondiente.



El Capreolus capreolus 5.0 puede sonar tan a disparate como en su día los submarinos de Julio Verne, pero ahí está el Tireless, por ejemplo, para dejarnos sitio a la duda. Creo que aún queda mucho tiempo para que el ordenador pueda simular el efecto del viento en la cara, el olor a raíz viva del amanecer, el jadeo tras el repecho, o el peso de la pieza sobre los hombros. En estos días que nos atenazan globalmente hay una tendencia irrevocable a convertir el ordenador en un mensajero que hace los recados a la velocidad de la luz. De momento, me niego a creer que un atalaje software consiga que nos quedemos en casa antes que marchar al campo a dejarnos las pantorrillas en los latigazos ardientes de las zarzas. Aún así, no puedo evitar que estos accesos proféticos me dejen un poco triste.

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