martes, 17 de marzo de 2015

Predicar y no dar trigo



Leo en un periódico regional que la mitad de los perros abandonados durante este año en la provincia de Palencia son perros de caza. Si visito en Internet las páginas de alguno de los refugios para perros abandonados adivino la sangre de bretones, pointers y, sobre todo, de podencos, en la mirada incrédula de los que posan ante las cámaras buscando alguien que les quiera. No hay año en el que no se me caiga la cara de vergüenza frente a un galgo ahorcado. Hay perros de rehala que parecen recién salidos de Auswitch y otros muchos guardan en sus costillares la vergüenza de los perdigones disparados a propósito. La vejez y la mediocridad para muchos perros de caza es un trámite que sus dueños consideran en todo caso prescindible.


En las perreras de muchos cazadores hay poco sitio para los perros vulgares porque en el siglo en que vivimos peligrosamente no hay tiempo para los que habitan en el furgón de cola. La vergüenza de estos abandonos normalmente es un acto de despojo clandestino del que muchos luego hacen alarde en los bares, que es donde algunos visten de chiste conductas que no hay manera de encontrarles la gracia. Lo malo es que muchos todavía se ríen.



Pero para nuestra vergüenza no hay que llegar a estas conductas extremas. Muchos de los que luego fardan de conservacionistas no dudan en apretar el gatillo sobre un conejo de bolo, una perdiz a peón o un jabalí que todavía no se ha quitado el traje de rayas. Todo sea por las estadísticas de fin de temporada pues todo vale para arrimar un palote a la suma de la cuenta final. Qué decir de los que le arriman la cerilla a un zarzal, disparan desde el coche o creen que el cupo es todo menos una cartilla de racionamiento. Y esto que aquí digo todos sabemos que es una suma de excepciones con pinta de regla.



Así no hay forma. En ocasiones como ésta, en la que adivino detrás de la noticia en prensa, la tristeza de tantos perros palentinos, siento ganas de tirar la toalla, enmudecer y dejar que la arena del desierto me llene la boca de predicar, que no otra cosa hacemos los que, escribiendo, nos afanamos en redimir nuestro colectivo ante la sociedad y también, ante nosotros mismos.



Si pretendemos no enrojecer al reconocernos públicamente como cazadores tenemos que aprender a matar dignificando la vida. Esto que aquí digo parece una contradictio in terminis, pero no lo es.  Este venero de luces y sombras que es la caza necesita de la vida tanto como de la muerte. Sólo mimando la primera podremos dar la segunda sin esconder la mano.  Por eso, hay que hacer lo posible para sacar de nuestro lado a tanto impresentable capaz de abandonar a sus perros en la llanura de soledad de la Tierra de Campos. Sólo sobre la base del respeto podremos matar conservando, que es el Norte que pretendemos. Todo lo demás, será predicar y no dar un tanto así de trigo.

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