Cada año, con la fatalidad de las
primaveras, los periódicos recogen la imagen de un hombre enarbolando un bastón
para descargar un golpe mortal sobre la cabeza indefensa de una foca. En
Canadá, por estas fechas, se abre la veda para la captura – digo captura y no
caza- de miles de estos animales. La sangre de las focas arpa tiñe de rojo el
hielo flotante del golfo de San Lorenzo y esa bandera bermellón es el
pistoletazo de salida para que muchos periodistas confundan las churras con las
merinas y acaben llamando caza a lo que – ahora sí- son sólo capturas.
La diferencia no es chica. El
bastonazo en la cabeza o el tiro aséptico y sin gracia - y sin posibilidad de
fallo - de un rifle, son formas de captura y de dar muerte, pero no de caza.
Esta diferencia que a nosotros se nos antoja irrefutable no la ven quienes
aprovechan las tribunas mediáticas para aproximar la caza al asesinato y los
cazadores a los matarifes. Se ve que la mirada de una foca da para mucho y que
no hay manera de apartar la mirada de un charco de sangre cuando éste rompe en
rojo la blanca pulcritud de la nieve. Si esa sangre, aunque fuera humana, se la
tragara la arena del desierto o el polvo de una calle de Nayad, casi no habría
ni noticia. A esto hemos llegado.
No entro a valorar lo sostenible
de esta práctica a medio y largo plazo,
ni siquiera voy a hablar del vómito al que me llevan estas imágenes, lo
que no me gustaría pasar por alto son los daños colaterales que el tratamiento
falsario de estas noticias, por la prensa y por la televisión, traen para los
cazadores. Hablo, por ejemplo, de la edición digital de El Mundo del día 30 de
marzo de 2005, de su artículo titulado “Comienza la caza de miles de focas en
los hielos de San Lorenzo”, del subtítulo “Baño de sangre sobre el hielo”, de
su afirmación de que “ La caza no es asunto limpio”. Un par de días más tarde,
el telediario de Televisión Española, también hablaba de la caza y de los
cazadores de focas y los bastonazos en el “prime time” de la televisión pública.
Así no hay forma de legitimar
socialmente la caza, no hay quien pueda con lo ojos virginales de las focas,
con la ternura que provoca su caminar torpón sobre el hielo. Es una indefensión
muy cercana a la infancia; y eso no se perdona. Esto lo saben quienes,
desoyendo a Gabriel Celaya, utilizan el lenguaje y hacen de él un arma cargada
de inquina en lugar de futuro. No es jugar limpio. El hecho de que éstos animales sean salvajes, es condición necesaria
pero no suficiente para hablar de caza. La caza sólo se entiende si hay
incertidumbre en su resultado y ésta falta cuando se descerraja un bastonazo o
un disparo sobre una foca en tierra o en hielo. Cosa muy distinta sería si
trataran de capturarlas en el mar, ahí sí podríamos hablar de caza. No sé si me
explico.
Imagino que, en ocasiones, estas confusiones son fruto de la ignorancia
del que escribe la noticia; pero igual que
nadie habla de cazadores, ni de caza, para explicar el silencio de tanto
cordero por Navidad, nadie debería utilizar esas palabras en otros contextos
que no le son propios. Es cuestión de enfocar el problema y darle al César sólo
lo que es del César.
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