jueves, 18 de junio de 2015

Pasar el testigo (abril 2006)



Entonces siempre acuérdate                                                                                         

de lo que un día yo escribí
pensando en ti  como ahora pienso (José Agustín Goytisolo)

A mi hijo Jorge.
 
Comenzar un artículo diciendo que tener un hijo es lo mejor que te puede pasar en la vida es, por sabido, comenzar de manera poco original, pero me da exactamente lo mismo porque el hijo del que hablo es el mío y en este caso la originalidad, al menos en lo que me toca, concurre necesariamente desde la  identidad de sangres.

 Dicen que plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo son tareas necesarias para cumplir una vida; sin embargo, para un cazador, a esa lista habría que añadirle un punto y seguido, pues algo le quedaría sin hacer si no pasa el testigo de la caza de una generación a otra, en un relevo atávico que ha ido desde el sílex al 30-06.

No obstante,  esto de la afición es cosa en la que el cazador sólo tiene en parte el poder de manejo Saber cuáles son las razones que llevan a un hijo a heredar el gusto por el campo puede parecer tarea fácil, pero no siempre los mismos golpes del buril labran idéntica talla. No todo es colgar el primer tirachinas al cuello ni enseñar a montar una ballesta sin riesgo para los dedos; dar ejemplo sólo sirve en parte. Cuántos casos conocemos en los que, a pesar de los esfuerzos del cazador, el hijo sale perezoso a la hora de madrugar o se añusga al acogotar un conejo. Contra eso no hay nada que hacer y es mejor no tomárselo a mal, admitir los hechos como son y resignarse, al llegar a viejo, a cazar sin lazarillo. Es una tristeza pero es así.

Sin embargo, nada hay que despierte más envidia que ver a un cazador añoso cazando con su hijo. Cuando los años pesan en las piernas es hora de dejar que sea el renuevo el que suba por el despeñadero y corra el llano a meter las perdices a la cuesta para poder, paternalmente, malquererlas a tiros en la mano baja. Quien dice esto dice complicidad y partidas de mus; dice amistad y kilómetros compartidos; y dice, sobre todo, misión cumplida, que esto también lo tiene la caza en cuanto pasión compartida.

Quizá por esta esperanza me estén resultando más llevaderos estos días de biberones nocturnos y pañales sucios; y tampoco me ha importado mucho perdonar algunos domingos de caza del mes de diciembre en que escribo estas líneas, que mira que a quién se le ocurre ir a nacer en plena temporada teniendo toda la primavera por delante. Pero bueno, de esto – como dulcemente de nada-  tú, hijo, no tienes culpa alguna, que ya sabrás que la puntería no es una ciencia exacta y a veces sí y a veces no y a veces se van de ala; y ahí también está la gracia de la cosa, que la incertidumbre lleva a la caza de la mano como tú llevas un pan debajo del brazo.

Chiquilín llorón y mío, a saber qué aulagas y qué jaras te esperan a la vuelta de los años; qué caza; en qué campo. Ojalá vengas con afición y conozcas algo más que los vestigios de la caza. Al escribir estas líneas, cruzo los dedos para que sientas esta llamada que hoy lleva a tu padre al huerto -que es decir al monte- y a escribir un artículo de caza con jirones de carta de amor; y a hacerlo todo pensando en ti, pensando siempre en ti, como ahora felizmente pienso.

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