Entonces
siempre acuérdate
de
lo que un día yo escribí
pensando
en ti como ahora pienso (José Agustín
Goytisolo)
A
mi hijo Jorge.
Comenzar un artículo diciendo que tener un hijo es lo
mejor que te puede pasar en la vida es, por sabido, comenzar de manera poco
original, pero me da exactamente lo mismo porque el hijo del que hablo es el
mío y en este caso la originalidad, al menos en lo que me toca, concurre
necesariamente desde la identidad de
sangres.
Dicen que plantar un árbol, escribir un libro y tener un
hijo son tareas necesarias para cumplir una vida; sin embargo, para un cazador,
a esa lista habría que añadirle un punto y seguido, pues algo le quedaría sin
hacer si no pasa el testigo de la caza de una generación a otra, en un relevo
atávico que ha ido desde el sílex al 30-06.
No obstante, esto
de la afición es cosa en la que el cazador sólo tiene en parte el poder de
manejo Saber cuáles son las razones que llevan a un hijo a heredar el gusto por
el campo puede parecer tarea fácil, pero no siempre los mismos golpes del buril
labran idéntica talla. No todo es colgar el primer tirachinas al cuello ni
enseñar a montar una ballesta sin riesgo para los dedos; dar ejemplo sólo sirve
en parte. Cuántos casos conocemos en los que, a pesar de los esfuerzos del
cazador, el hijo sale perezoso a la hora de madrugar o se añusga al acogotar un
conejo. Contra eso no hay nada que hacer y es mejor no tomárselo a mal, admitir
los hechos como son y resignarse, al llegar a viejo, a cazar sin lazarillo. Es
una tristeza pero es así.
Sin embargo, nada hay que despierte más envidia que ver a
un cazador añoso cazando con su hijo. Cuando los años pesan en las piernas es
hora de dejar que sea el renuevo el que suba por el despeñadero y corra el
llano a meter las perdices a la cuesta para poder, paternalmente, malquererlas
a tiros en la mano baja. Quien dice esto dice complicidad y partidas de mus;
dice amistad y kilómetros compartidos; y dice, sobre todo, misión cumplida, que
esto también lo tiene la caza en cuanto pasión compartida.
Quizá por esta esperanza me estén resultando más
llevaderos estos días de biberones nocturnos y pañales sucios; y tampoco me ha
importado mucho perdonar algunos domingos de caza del mes de diciembre en que
escribo estas líneas, que mira que a quién se le ocurre ir a nacer en plena
temporada teniendo toda la primavera por delante. Pero bueno, de esto – como
dulcemente de nada- tú, hijo, no tienes
culpa alguna, que ya sabrás que la puntería no es una ciencia exacta y a veces
sí y a veces no y a veces se van de ala; y ahí también está la gracia de la
cosa, que la incertidumbre lleva a la caza de la mano como tú llevas un pan
debajo del brazo.
Chiquilín llorón y mío, a saber qué aulagas y qué jaras te
esperan a la vuelta de los años; qué caza; en qué campo. Ojalá vengas con
afición y conozcas algo más que los vestigios de la caza. Al escribir estas
líneas, cruzo los dedos para que sientas esta llamada que hoy lleva a tu padre
al huerto -que es decir al monte- y a escribir un artículo de caza con jirones
de carta de amor; y a hacerlo todo pensando en ti, pensando siempre en ti, como
ahora felizmente pienso.
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