lunes, 8 de junio de 2015

Ladrillos de miedo (enero 2006)



La información global se cruza en nuestras vidas como antes lo hacían los gatos negros, la sal derramada o los males de ojo. En la radio se escucha el trote cochinero de las amenazas cada hora en punto. Es la dosis diaria de miedo; parece que ya no supiéramos vivir sin ella y sólo podemos conciliar el sueño después de dar dos vueltas a la llave de la cerradura. Y esto vale para las mochilas en el metro, los excesos de velocidad y el cáncer de pulmón; basta un virus para que al primer mundo le crujan las cuadernas. Así de vulnerables somos.

Vivimos esposados por las consecuencias de nuestros actos. No dejamos de preguntarnos qué nos puede pasar en lugar de qué queremos hacer. Somos perros siempre obedientes al empeño prioritario de llegar a viejos. Estamos haciendo la casa con ladrillos de miedo. Así nos va, que nos la cogemos con papel de fumar y ya sólo nos atrevemos a chillar en voz baja; y en esa sobredosis de cautela, hasta El Grito de Munch suena más alto.



La caza tampoco está exenta de esta pandemia de miedos. Como si no tuviéramos bastante con la sequía, los muchos que somos y la moderna agricultura, nos vino de Francia la mixomatosis; la neumonía hemorrágico-vírica y la turalemia de no sé dónde; y ahora, de Asia, la gripe aviar. Cuatro enfermedades como cuatro jinetes negros,  microscópicos y apocalípticos, para terror de conejos y liebres y también para el de toda la volatería. No salimos de una y nos metemos en otra. Esta vez parece que la cosa es más seria porque la vida del hombre también está en juego a nada que al virus H5N1 le dé por mutarse. Puede haber llegado la hora del látex a la caza menor. El día que no tire a una perdiz por el miedo a cobrarla, colgaré la escopeta para siempre. Queda dicho.



A la caza le va la mugre como al mus los faroles. No concibo ceñirme la canana sin una esperanza de barro y de sangre, porque pocas aficiones conozco en las que se luzca tanto la pringue. Esto es algo de lo que no nos debemos avergonzar pues malamente se entra a cuchillo desde la asepsia. Por eso me niego a que un mal virus condicione uno de los espacios en los que de verdad me siento libre. No son tantos los jardines secretos que tiene el hombre como para hacerlos vulnerables al miedo. Si la gripe aviar avanza como fatalmente parece, nos veremos avocados a un mano a mano con el miedo, a elegir entre la prudencia y la paranoia; y ojo con perder el sentido común, que nos va mucho en juego. Una cosa es que se adopten precauciones, se establezcan unas reglas de sensatez mínimas, y otra muy distinta es que hagamos del juego social un asesino de la improvisación, que es un terreno muy propio para el libre albedrío, y eso es el pan blanco del que el hombre principalmente come. 

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