Cuando
en 1.974 un haz inmenso de claveles y de manos acabó con la dictadura
portuguesa de Salazar, muchos pensaron que las revoluciones, a partir de
entonces, cambiarían balas por pétalos con los que adornar las bocachas de todos
los fusiles hasta convertirlos en floreros. Sin embargo, la Historia ha
demostrado, antes y después de la Revolución de los Claveles, que los cambios
drásticos de rumbo normalmente dejan el timón ensangrentado.
A
esa triste verdad de la sangre necesaria se acogen también quienes pretenden
dar una cobertura ideológica y vestir de revolución actos que no son más que
hechos delictivos sin acomodo posible en la lógica más elemental. Y esto, que
vale para todos los terrorismos, sirve también para explicar el porqué de los
actos del F.L.A. (Frente de Liberación Animal).
Hace
ya algunos meses, el F.L.A. se arrogó la “liberación” de 35.000 visones de una
granja en San Marcos-Lavacolla, cerca de Santiago de Compostela. En su
currículo también hay perreras reventadas y puestos fijos destrozados en la
pasa de las palomas y también un triste y largo etcétera. Este grupo, que actúa en varios países, sólo
exige para pertenecer a él: “ser vegetariano y/o vegano
y llevar a cabo acciones siguiendo la
política del F.L.A.”, que cabe en
media cuartilla y se resume en un par de líneas: son legítimas y necesarias las
acciones directas contra todas las formas de explotación de los
animales, bien a través de acciones de rescate o liberación, bien por medio de
la destrucción de la propiedad o de los locales relacionados con la explotación
de los mismos.
En
su nihilismo de parvulario, en su concepción naïf de la relación del hombre con los animales, a los
del F.L.A. les importa bien poco el desastre ecológico que representa la suelta
incontrolada de miles de visones americanos – esto lo que consideran un “mal
menor”- , tampoco les preocupa que sólo un pequeño porcentaje de los libertos
superen esa manumisión impuesta, esa sobredosis de libertad en un medio que por
desconocido les resultará inevitablemente hostil.
Lo
más curioso -aunque a ellos les costará creerme- es que, aunque cazador,
comparto muchos de sus fines últimos. A mí también me puede el vómito ante un
galgo ahorcado; no me gustan las corridas de toros y los abrigos de piel me
parecen una horterada; defiendo tanto o más que ellos la dignidad de los
animales, aunque en ocasiones les dé muerte. Ya sé que esto último es esparto
difícil de tragar e imagino que sólo otro cazador puede entenderme.
El prontuario ideológico del F.L.A. – por llamarlo
de alguna manera- es un alarde de
dogmatismo chocarrero en el que la sociedad aparece como un leviatán
inmisericorde con los animales; y los
cazadores, auténticos Saturnos capaces
de devorar a sus hijos. Como todos los terrorismos, el ecológico, también
pretende evangelizar a la fuerza, liberar cercenando, construir
destruyendo. Y así no hay legitimación
posible: las revoluciones últimas se forjan en las escuelas y se visten de
claveles, no con abrigos de visón.
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