domingo, 26 de abril de 2015

Pieles para una revolución (octubre 2005)



Cuando en 1.974 un haz inmenso de claveles y de manos acabó con la dictadura portuguesa de Salazar, muchos pensaron que las revoluciones, a partir de entonces, cambiarían balas por pétalos con los que adornar las bocachas de todos los fusiles hasta convertirlos en floreros. Sin embargo, la Historia ha demostrado, antes y después de la Revolución de los Claveles, que los cambios drásticos de rumbo normalmente dejan el timón ensangrentado.

 A esa triste verdad de la sangre necesaria se acogen también quienes pretenden dar una cobertura ideológica y vestir de revolución actos que no son más que hechos delictivos sin acomodo posible en la lógica más elemental. Y esto, que vale para todos los terrorismos, sirve también para explicar el porqué de los actos del F.L.A. (Frente de Liberación Animal).

Hace ya algunos meses, el F.L.A. se arrogó la “liberación” de 35.000 visones de una granja en San Marcos-Lavacolla, cerca de Santiago de Compostela. En su currículo también hay perreras reventadas y puestos fijos destrozados en la pasa de las palomas y también un triste y largo etcétera.  Este grupo, que actúa en varios países, sólo exige para pertenecer a él: “ser vegetariano y/o vegano y  llevar a cabo acciones siguiendo la política del F.L.A.”, que cabe en media cuartilla y se resume en un par de líneas: son legítimas y necesarias las acciones directas contra todas las formas de explotación de los animales, bien a través de acciones de rescate o liberación, bien por medio de la destrucción de la propiedad o de los locales relacionados con la explotación de los mismos.

En su nihilismo de parvulario, en su concepción naïf de la relación del hombre con los animales, a los del F.L.A. les importa bien poco el desastre ecológico que representa la suelta incontrolada de miles de visones americanos – esto lo que consideran un “mal menor”- , tampoco les preocupa que sólo un pequeño porcentaje de los libertos superen esa manumisión impuesta, esa sobredosis de libertad en un medio que por desconocido les resultará inevitablemente hostil.

Lo más curioso -aunque a ellos les costará creerme- es que, aunque cazador, comparto muchos de sus fines últimos. A mí también me puede el vómito ante un galgo ahorcado; no me gustan las corridas de toros y los abrigos de piel me parecen una horterada; defiendo tanto o más que ellos la dignidad de los animales, aunque en ocasiones les dé muerte. Ya sé que esto último es esparto difícil de tragar e imagino que sólo otro cazador puede entenderme.

El prontuario ideológico del F.L.A. – por llamarlo de alguna  manera-  es un alarde de dogmatismo chocarrero en el que la sociedad aparece como un leviatán inmisericorde con los animales; y  los cazadores,  auténticos Saturnos capaces de devorar a sus hijos. Como todos los terrorismos, el ecológico, también pretende evangelizar a la fuerza, liberar cercenando, construir destruyendo.  Y así no hay legitimación posible: las revoluciones últimas se forjan en las escuelas y se visten de claveles, no con abrigos de visón.
 
 

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