domingo, 26 de abril de 2015

El optimismo necesario (junio 2005)


 Ojalá esta primavera siga la senda de la de hace diez años.
 
Decía el escritor estadounidense Ambrose Bierce que “El optimismo es la creencia de que todo es hermoso”. Yo le creo a pie juntillas, al menos, después de primaveras como ésta. 

 Escribo este artículo poco más allá del cuarenta de mayo, cuando todavía no sé si un calor agónico -como ocurrió el año pasado-  vendrá a agostar precipitadamente la labor prodigiosa del agua, que este año ha venido del cielo con la generosidad de los buenos viejos tiempos, para herborizar de vida los linderos, dar apretura a los trigos y llenar las alforjas de la esperanza.

Me cuentan los que recechan corzos que las fuentes están jóvenes, que los regatos vienen cumplidos, que los herbazales son una quimera de hierbas abundantes. Dicen, que en las tardes tras el duende, ya se oyen codornices mayear su celo contagiadas de primavera, para llenar, con su promiscuidad de gallinas, los trigos y las cebadas, las tomateras y los maizales, con futuras muestras de perros y con lances que llenen la percha incorrupta de los buenos recuerdos.

Y como soy de natural crédulo me digo una y otra vez que esta media veda será como la del año 97, cuando estrené perra y escopeta – que no soy cazador ni añoso ni experto- y las codornices entraron y criaron en torrentera, convencidas de lo invencible de su número inmenso; y yo aprendí a cazarlas despacio y a paladear el trabajo de Vilma, mi setter, tan novata como yo, que pronto aprendió a buscarlas en los regatos y en los pajonales y a pararlas para que – bisoño - las fallara a muestra, pues tenía más ganas de verlas en el colgador que de disfrutar del lance y del tiro.

Y aunque he entibiado esas ansiedades a golpe de día a día, no he conseguido, sin embargo, embridar la manera que tengo de ver las primaveras, porque de más las engordo de vida y de promesas para la temporada por venir. Y no hay forma de que los cultivos del Norte de Marruecos, la paja ausente o los herbicidas, me echen a perder la fiesta. Por eso no sé si mi sonrisa, cuando de nuevo lea estas líneas allá por agosto, será  cómplice o amarga.

Espero que este año el mes de julio no venga a lacerar con un sol demasiado injusto los campos y que por lo menos alguna tormenta le quite su chulería de infierno. Si mi bola de cristal de todo a cien no me engaña, los que nos destetamos en la caza con las codornices volveremos a sentir,  por la Virgen de agosto, el peso en el colgador de unos picos que para octubre se harán bermejos, que es una hermosura ver cómo ya apeonan las rojas circundadas de perdigones. Sólo faltaría que neumonías y mixomatosis nos dieran una tregua para terminar este fresco naïf de la caza.

Mi euforia sé que algunos la pintarán de ingenuidad. No me importa, ellos se pierden esta fiebre gozosa que es tener ilusión y poder mirar de forma adolescente los calendarios. El optimismo – la fe- en la caza, es condimento necesario; sin él, la caza y la vida se hacen agua mansa y olvidada, trago rancio para el que hoy no tengo sed.


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