miércoles, 30 de septiembre de 2015

La ilusión recurrente.



 Si una muesca faltaba en mi revólver de cazador, es la que se hace cuando consigues sacar adelante una camada de tu mejor perra de caza. Por distintas circunstancias no he podido cruzar las perras que hasta ahora he tenido pero, por fin, Júpiter y Saturno se han alineado y  esta primavera me ha traído una de las mejores manzanas que un cazador puede morder: cuatro cachorros: tres hembras y un macho, que salieron del vientre fecundo de mi Pepa, una podenca completísima que me regaló mi amigo Manuel Pedrosa.

miércoles, 2 de septiembre de 2015

De caza con Idéfix



Ser perro en una aldea gala no es tarea fácil, al menos en los tiempos que corren, que los romanos han conquistado toda la Galia menos nuestro pueblo y están como locos por flamear su SPQR en la tienda de Abraracúrcix, que es el jefe de la aldea. Aunque supongo que de todos es conocida, mi historia es la de un perro en una aldea gala en el año 50 a.c.; mi dueño, Obelix, es un repartidor de menhires que de pequeño se cayó en la marmita donde Panorámix, el venerable druida, preparaba la celebérrima pócima que concede a los de mi aldea una fuerza sobrenatural; y claro, lleva los menhires como si fueran cacahuetes y para cazar los jabalíes que tanto le gustan, no necesita más perros de agarre que sus propias manos, que los pobres ni chistan cuando les echa mano a la garganta.

martes, 1 de septiembre de 2015

Olas y cadillos



Cuando de cachorro paseaba con el amo por la playa del Sardinero, en Santander, estaba convencido de que toda la felicidad a la que un perro puede aspirar es la de correr por la arena de la playa, desafiar a las olas buscando una pelota de colores y sacudirse las lanas al llegar a la orilla para comenzar a correr otra vez, como si nunca antes nos hubieran lanzado una pelota. No digo que esto sea mala cosa para un perro, sólo que entonces no sabía de lo que la vida me guardaba para más adelante, que era tanto o mejor que eso, como ahora se verá.