Si una muesca faltaba en mi
revólver de cazador, es la que se hace cuando consigues sacar adelante una
camada de tu mejor perra de caza. Por distintas circunstancias no he podido
cruzar las perras que hasta ahora he tenido pero, por fin, Júpiter y Saturno se
han alineado y esta primavera me ha
traído una de las mejores manzanas que un cazador puede morder: cuatro
cachorros: tres hembras y un macho, que salieron del vientre fecundo de mi
Pepa, una podenca completísima que me regaló mi amigo Manuel Pedrosa.
En la caza hay " estratagemas, astucias, insidias, para vencer a su salvo al enemigo; padécense en ella fríos grandísimos y calores intolerables; menoscábase el ocio y el sueño, corrobóranse las fuerzas, agilítanse los miembros del que la usa, y, en resolución, es ejercicio que se puede hacer sin perjuicio de nadie y con gusto de muchos" El Quijote (Capítulo XXXIII)
miércoles, 30 de septiembre de 2015
miércoles, 2 de septiembre de 2015
De caza con Idéfix
Ser perro en una aldea gala no es
tarea fácil, al menos en los tiempos que corren, que los romanos han
conquistado toda la Galia menos nuestro pueblo y están como locos por flamear
su SPQR en la tienda de Abraracúrcix, que es el jefe de la aldea. Aunque
supongo que de todos es conocida, mi historia es la de un perro en una aldea
gala en el año 50 a.c.; mi dueño, Obelix, es un repartidor de menhires que de
pequeño se cayó en la marmita donde Panorámix, el venerable druida, preparaba
la celebérrima pócima que concede a los de mi aldea una fuerza sobrenatural; y
claro, lleva los menhires como si fueran cacahuetes y para cazar los jabalíes
que tanto le gustan, no necesita más perros de agarre que sus propias manos,
que los pobres ni chistan cuando les echa mano a la garganta.
martes, 1 de septiembre de 2015
Olas y cadillos
Cuando de cachorro paseaba con el amo por la playa del
Sardinero, en Santander, estaba convencido de que toda la felicidad a la que un
perro puede aspirar es la de correr por la arena de la playa, desafiar a las
olas buscando una pelota de colores y sacudirse las lanas al llegar a la orilla
para comenzar a correr otra vez, como si nunca antes nos hubieran lanzado una
pelota. No digo que esto sea mala cosa para un perro, sólo que entonces no
sabía de lo que la vida me guardaba para más adelante, que era tanto o mejor
que eso, como ahora se verá.
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