A mi amiga Cristina Garcés, que supo querer a su perro hasta el final.
En las ocasiones trágicas, los pensamientos se vuelven
impredecibles. Por ejemplo, la mente del que asiste a un entierro puede repetir
de manera machacona una canción infantil mientras la tierra golpea contra un
ataúd. De ahí que no me sorprendiera cuando, mientras el veterinario le pelaba la
pata para buscarle una vía, lo que viniera a mi cabeza fuera el título de la
obra de Julio Cortázar, “El último round”. Eso y no otra cosa era lo que
en aquel momento estaba en juego.